Del dejarme perder en vistas a lo natural, aprendí que, por mucho ruido que atasque mi claridad, siempre habrá momentos en los que mis pensamientos emerjan tranquilos.
La procesión va por dentro.
Del vaivén del mar, y el horizonte -aparentemente- estático, nace mi dualidad simultánea.
Renazco en cada ruptura de convicciones sobre lo que es real y lo que no.
El mundo? En movimiento. Y a mi pesar, literal y simbólicamente, la mochila sigue cargada de emociones que deben buscar su propio espacio.